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Afrocolombianos: Sublevacíon Cimarron

SUBLEVACION

Uno de los problemas más difíciles y persistentes que debió afrontar la sociedad esclavista prácticamente desde la primera mitad del siglo XVI, fue la huida de los esclavos. En 1530, por ejemplo, los negros fugitivos incendiaron a Santa Marta; hacia 1533, un buen número de esclavos traídos por el fundador de Cartagena huyó a las zonas montañosas de la provincia; en 1556 se produjo una importante rebelión de esclavos en Popayán; en 1598 se presento una sublevación de esclavos en las minas de Zaragoza, matando a dueños y fortificándose en palenques; a finales del siglo, el gobernador de Cartagena proponía formulas para financiar la persecución y búsqueda, a través de cuadrilleros y la Santa Hermandad, de los “Negros cimarrones que con la ocasión de los muchos, montes y aspereza de montañas crecen cada día” y para entonces ya se habían organizado los celebres palenque de la Matuna y San Basilio.

Durante el siglo XVII, y especialmente a lo largo del siglo XVIII, fueron numerosas las rebeliones y huidas de esclavos y surgieron muchos palenques y comunidades de negros fugitivos. Frente a este fenómeno que tanta inquietud despertó en la Corona, fue muy distinta la actitud de las autoridades y la de los propietarios. En primer termino los cabildos, audiencias y gobernadores establecieron penas severas para impedir y combatir la fuga y el cimarronaje y más adelante, la Corona adoptó muchas de las disposiciones provinciales.

Por su parte, los dueños de los esclavos solían exigir la aplicación de los castigos mas severos, pero difícilmente financiaban las empresas de debelación y exterminio de los palenques, no sólo por los costos que significaban por los permanentes fracasos sino porque el precio de un esclavo cimarrón tenía una depreciación considerable.

El cabildo de Cartagena, hacia 1570, dispuso penas severísimas:

“....Si al negro o negra que anduviere huido o ausente de sus amos, no se volviere y redujere al servicio de sus amos dentro de un mes después que se ausente, caiga o incurra de que al negro le sea cortado el miembro genital e supinos, lo cual cortado lo pongan en la picota de la ciudad, para que ello tomen ejemplo los negros y negras, la cual justicia se haga públicamente en el rollo, donde rodos los vean, lo cual se ejecute por todo rigor....” y en la Recopilación (Lib. VII, tít. V) se establecieron castigos para los negros cimarrones, a quienes, sin necesidad de instruirles proceso alguno, se les podría castigar con 50 azotes si se ocultaban cuatro días; con 100 azotes si el negro huido se juntaba con otros fugitivos y, finalmente, si permanecía por más de seis meses en cimarronaje, se le aplicaría la pena de muerte, siendo ahorcado “hasta que mueran naturalmente”.

De otra parte, las autoridades solían organizar expediciones para la captura de los negros fugitivos, utilizando especialmente grupos de indígenas como guerreros y guías; y mediante el soborno, dadivas, primas y recompensas a la población de color, se lograba la delación captura y aun muerte de los cimarrones.

Sin embargo, pese a la severidad de las penas y a la persecución sistemática, surgieron numerosos palenques en casi toda la zona esclavista de la Nueva Granada. La Mutana, Tabacal, San Basilio, San Antero, San Miguel, el Arenal, etc., en la costa del Atlántico; Mompós, Uré, Carate, Cintura, Norosí, en las riveras del bajo Cauca y San jorge; Envigado, Cáceres, Remedios, Guarne, Rionegro, Guayabal, Anolaima, Tocaima, Cartago, Otún, San Juan en el Magdalena medio, Antioquia, región oriental y los Llanos; Patia, Guatapí, Cali, Puerto Tejada, El Cerrito, Yurumangui en el Chocó, Litoral pacifico y Valle del Cauca.

Algunos de estos palenques se dieron una organización político-militar muy definida alrededor del cabildo, pero igualmente se adoptaron algunas instituciones del gobierno colonial, mientras que en el aspecto económico predominaron formas africanas, como el uso y explotación comunal de la tierra sobre la base de la ayuda mutua, y en igual forma desarrollaron su propia cultura y tuvieron variadas manifestaciones de la misma.

El más famosos de los palenques tanto por su organización como por la beligerancia ante las autoridades y dueños de esclavos fue el de San Basilio, el cual se formó desde finales del siglo XVI al sur de Cartagena. Las autoridades intentaron muchas veces la rendición y destrucción de esta comunidad, pero los palenqueros resistieron los ataques y en no pocas ocasiones pusieron en serio peligro la seguridad del puerto.

Las relaciones con este palenque y algunos otros fueron, sin embargo, desde la franca hostilidad y la guerra abierta hasta la solidaridad y entendimiento. Así por ejemplo, en algunas ocasiones a lo largo del siglo XVII, como en 1619, fueron declarados libres algunos grupos de negros cimarrones y se les facilito tierras para laborar, mientras que en otras ocasiones, especialmente a finales del siglo se ordeno el exterminio total de los palenqueros.

Estas comunidades relativamente libres, dentro de la sociedad esclavista, se convirtieron en una amenaza permanente para las autoridades coloniales y despertaron una gran inquietud entre la población blanca. De una parte, las autoridades y funcionarios vivían bajo el constante temor de una sublevación general del elemento negro, encabezado por los cimarrones, o la alianza con grupos extranjeros y piratas; de otra parte, los particulares y dueños corrían el peligro de perder el capital invertido en los esclavos o ser victimas de asaltos en los caminos y haciendas, revueltas en las minas, sufrir robos de bienes de consumo y raptos, especialmente del elemento femenino de color.

Al parecer los amplios movimientos esclavos, particularmente los del siglo XVIII, tenían como objetivo provocar una insurrección general de la población de color con la posible participación de algunos grupos indígenas en contra de la esclavitud y de las autoridades coloniales.

El cimarronismo, el bandidaje y los intentos de rebelión general ponen en evidencia la crisis del sistema y de la sociedad esclavista, la cual se agudizaría mas adelante, dentro del proceso general de evolución de la sociedad colonial, y que comprendería algunas etapas, como la interrupción de la trata y del comercio de esclavos, mayor amplitud en los procesos de manumisión, la libertad de partos y, finalmente la abolición de la esclavitud a mediados del siglo XIX.


CIMARRON Y CIMARRONAJE

La resistencia a la esclavitud de la gente africana y de sus descendientes fue constante durante todo el periodo colonial. Formas pasivas, como el desgano en el trabajo, la destrucción de los instrumentos de labor y la desobediencia colectiva, fueron algunas de sus expresiones. A éstas se sumaron otras, activas, como la rebelión y el enfrentamiento. Todas las formas de resistencia contra la esclavitud y la discriminación se denominan cimarronaje.

Las expresiones del cimarronaje se conocen con el nombre de cabildos. Estos eran asociaciones de personas procedentes de un mismo lugar en África, que compartían una historia similar. Sus miembros se reunían con frecuencia para realizar bailes, toques de tambor y cantos en los días de fiesta. Los cabildos también se desempeñaban como sociedades de socorro: reunían fondos para resolver las necesidades de sus miembros y auxiliaban a los recién llegados de África.

En Cartagena de Indias fueron famosos los cabildos Arará y Mina hasta que, en el siglo XVIII, sus casas fueron cerradas por las autoridades. Esta actitud represiva del gobierno español se debió a que las actividades que allí se realizaban les permitían a los africanos recordar sus costumbres, consideradas en contra de la religión católica. La gente de una misma cultura recurría a sabidurías propias, decisiones y acciones para aliviar sus penas, curar sus dolencias e idear estrategias para recuperar la libertad.

Los cabildos fueron centros de evocación y afirmación de valores, imágenes, música, culinaria y expresiones lingüísticas o gestuales de tradición africana. Por esta razón se consideran refugios de africanía, es decir, espacios donde la gente del África podía evocar las memorias, sentimientos, aromas, formas estéticas, texturas, colores y armonías de su tierra natal. Con el paso del tiempo, y gracias a su creatividad, enriquecieron sus legados con tradiciones europeas e indígenas, al tiempo que muchas de sus prácticas se arraigaron en las sociedades de los peninsulares y nativos americanos. No sólo los cabildos fueron espacios de resistencia al cautiverio en la Nueva Granada. Los palenques también lo fueron.

Eran pueblos fortificados, construidos por los africanos que huían de sus amos. Los grupos de fugitivos apalencados amenazaron la estabilidad económica de la sociedad esclavista. Para los amos, el cimarronaje representaba una pérdida económica. Los esclavizados tenían un precio y, al fugarse, se fugaba también el capital que representaban. Además eran una amenaza constante porque obstaculizaban el tránsito de mercancías, asaltaban y asesinaban a los viajeros que se dirigían o partían de las ciudades, y ejercían una gran influencia sobre aquellos que aún permanecían en cautiverio. Por otra parte, los cimarrones que vivían en Cartagena y sus alrededores eran vistos como posibles aliados de los piratas ingleses y franceses que deseaban saquear el puerto.

Pero la búsqueda de la libertad no se limitó a la resistencia religiosa y bélica. A principios del siglo XVIII ya existía una importante población de criollos, es decir, nacidos en la Nueva Granada, aunque de padres africanos. También se llamaba criollos a los hijos de padres españoles y madres africanas. La sociedad colonial designó a estas últimas personas con la palabra mulatos. En ambos casos el término criollo se refería al hecho de no haber nacido en África, sino en los territorios esclavistas americanos.

Un siglo y medio después del inicio de la trata, los criollos recurrieron a las leyes para reclamar su libertad. Las Leyes de Indias y los Códigos Negros regían la vida colonial y la de los esclavizados. A pesar de que muchas de ellas autorizaban el trato inhumano de los cautivos, otras permitían al esclavizado la posibilidad de manumitirse, es decir, de liberarse de la esclavitud. Las modalidades eran múltiples.

La libertad podía alcanzarse por concesión o gracia cuando el propietario de un esclavizado lo liberaba sin ninguna contraprestación ni pago. O el cautivo se liberaba cuando lograba reunir el dinero equivalente a su precio y compraba su propia carta de libertad. La transacción era legal, pero se llevaba a cabo sólo si su dueño estaba de acuerdo con la propuesta. Esta modalidad se conocía como automanumisión. La tercera forma de lograr la libertad por la vía de las leyes surgió en 1821, durante los primeros años de la República, cuando se promulgó la Ley de Libertad de Vientres, según la cual el Estado liberaba a todos los africanos y sus descendientes nacidos a partir de ese año. Por último, la Ley de Abolición de 1851, que eliminó totalmente la esclavitud en Colombia.

La resistencia también se dio en el ámbito de las creencias y del lenguaje. La espiritualidad de la gente del África, su interpretación del cristianismo, la pervivencia de ancestrales saberes y técnicas botánicas y médicas continuaron activas en la Nueva Granada. Las llamadas curandería, brujería y hechicería eran en realidad prácticas que tenían que ver con métodos curativos africanos que circulaban en todas las ciudades del territorio español, donde no sólo se hablaban lenguas africanas, indígenas y europeas, pues ya habían nacido las lenguas criollas, que combinaban herencias de origen africano con aportes del español y el inglés.

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